GUISITO
DE CORDERO
Se levantó, desganado como siempre. Pateó un
zapato de mujer y se puso las pantuflas. Murmuró: “infeliz y desprolija”. Fue
hacia el baño, cuando salió lo recibió el aroma que venía de la cocina.
-¿Estás
haciendo guiso de cordero?- preguntó. Entrecerró los ojos pensando: Justo hoy,
se le ocurrió. Lo hace muy rico, aunque nunca se lo dije.
-Ahora
te ayudo- agregó. Elsa se quedó mirándolo.
-¿Qué
bicho te picó? No lo puedo creer.
-Nada
te viene bien, che. Siempre caracúlica y, además, estúpida.
Elsa
no contestó y siguió picando la cebolla. Sobre la mesada tenía preparado unos
troncos de apio, dos zanahorias y cuatro papas peladas. Echó lo picado en la
olla donde se doraban los trocitos de carne. Luis tomó la cuchilla mirándola y
la mujer se estremeció. Comenzó a cortar las verduras que quedaban, en trozos
grandes.
-Los
condimentos los pongo yo- dijo el hombre.
-Cuidado,
no le pongas mucha pimienta Yo, siempre lo aderezo con pimentón, una hoja de
laurel y una ramita de orégano fresco.
-Tranquila,
sé lo que hago.
Continuaron
en silencio.
Elsa agregó a la olla medio vaso de vino tinto
y salió a buscar el orégano que cultivaba en un macetón, antes le ordenó:
-Revolvé
con la cuchara de madera, que no se pegue.
Al
regresar, Luis le dijo: -Me llamó Aldo, voy al club a jugar al truco, comé vos,
seguro me quedo a picar con los muchachos, dejame algo para la noche.
Ella
no le creyó, no había oído llamar el teléfono pero no dijo nada, no quería
provocar una pelea, estaba harta de sus insultos.
Bajó
el fuego y dejó que se terminara de cocinar, le faltaban unos minutos.
Puso
un mantel individual sobre la mesa, el vaso, los cubiertos y un plato hondo.
Sacó del cajón un cucharón y se sirvió una porción abundante. No sabía que, con
el guiso, estaba sirviendo la dosis exacta de veneno para provocar su
muerte.
GUISITO
DE CORDERO
Se levantó. Pateó un zapato de mujer y se
puso las pantuflas. Murmuró: “infeliz y desprolija”. Fue hacia el baño, cuando
salió lo recibió el aroma que venía de la cocina.
-¿Estás
haciendo guiso de cordero?- preguntó- y en voz muy baja, agregó: lo hace muy
rico, aunque nunca se lo dije.
-Ahora
te ayudo- gritó. Elsa se quedó mirándolo.
-¿Qué
bicho te picó? No lo puedo creer.
-Nada
te viene bien, che. Siempre caracúlica y, además, estúpida.
Elsa
no contestó y siguió picando la cebolla. Sobre la mesada tenía preparado unos
troncos de apio, dos zanahorias y cuatro papas peladas. Echó lo picado en la
olla donde se doraban los trocitos de carne. Luis tomó la cuchilla mirándola y
la mujer se estremeció. Comenzó a cortar las verduras que quedaban, en trozos
grandes.
-Los
condimentos los pongo yo- dijo el hombre.
-Cuidado,
no le pongas mucha pimienta Yo, siempre lo aderezo con pimentón, una hoja de
laurel y una ramita de orégano fresco.
-Tranquila,
sé lo que hago.
Continuaron
en silencio.
Elsa agregó a la olla medio vaso de vino tinto
y salió a buscar el orégano que cultivaba en un macetón, antes le ordenó:
-Revolvé
con la cuchara de madera, que no se pegue.
Al
regresar, Luis le dijo: -Me llamó Aldo, voy al club a jugar al truco, comé vos,
seguro me quedo a picar con los muchachos, dejame algo para la noche.
Ella
no respondió. Bajó el fuego, incorporó una taza de caldo y dejó que se
terminara de cocinar, le faltaban varios minutos.
Puso
un mantel individual sobre la mesa, el vaso, los cubiertos y un plato hondo.
Sacó del cajón un cucharón y se sirvió una porción abundante. Comió escuchando la radio. Luego fue a la pieza,
sacó de abajo de la cama la valija ya cargada y el bolso. Sin volver la cabeza
salió hacia la calle cuando el olor a guiso quemado inundaba la casa.
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