Premios SADE.

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sábado, 31 de marzo de 2012

Contra la pared.Cuento.

–Tengo que encontrarme– se dijo – desarmaré mi alma dejando las vísceras expuestas.
Las imágenes fluyen. Sí, ahí está la escuela y ésos son su padre, su madre y aquella figura alta de cabellos blancos, la abuela. Y el caserón de Belgrano y la calesita y también el piano. Niños y juguetes. Otras personas y en primer plano la muchacha rubia, con un aura inquietante.
Hola Juan, hacía mucho que te esperaba. No creo que tanto, un poco no más. Alguna vez reconocerás tus faltas. Sí, cuando sepa quién soy.
Por qué recuerda ese diálogo en lugar de los días de ternura y pasión, los paseos interminables por Plaza Francia o los días de calor en la Costanera.
Los colores. El verde, el azul y el marrón.
Y ahora el fondo, con un cielo diáfano y montañas salpicadas de blanco. El paisaje inconfundible de Los Penitentes en Mendoza.
Te vas, Juan. No quiero vivir en la espera.
El reclamo resuena reciente, está viendo su vida en pocos minutos, como en una película. Es un espectador con los ojos desgarbados y los sueños astillados, derrotado por los goznes de la vida cotidiana.
Otra vez el verde, pero diferente. Un cañón, cascos abandonados y un lugar desolado, frío. Malvinas. El grupo de compañeros grita: “y ahora ¿qué?” Se da vuelta. Nadie. Nada. La memoria acribillada.
El granate, el bermellón y el carmín. El rojo con todos los matices de la furia.
Un edificio asoma. La oficina, rutina sorda y amarilla. Aquí conoció a Isabel. Cinco años de convivencia, innumerables problemas, un despido y otro fracaso.
Juan, vamos a prescindir de sus servicios. Creo haber cumplido con los horarios y con el trabajo. La empresa está en plan de reducción de personal. Me parece que les di muchos años. Exactamente doce, debe pasar por la oficina de legales.
Algunas grietas, pequeñas, casi imperceptibles.
Blanco. Blanco de quirófano. Sábanas de hospital, blancas, y una ventana por donde mirar hacia afuera.
Se puede ir, le damos el alta, va a tener que cuidarse mucho, lo quiero ver en una semana.
Las fronteras diluidas de un mar, la playa y un bote como asombrado por el anclaje de los sueños. El turquesa, el verde melancolía, y un castaño espumoso. Pinceladas de violeta. Unos amigos. La cabaña. Álamos muy altos empinan sus ramas para beber las nubes. Pájaros, manchitas esparcidas en un fondo gris acero. El vuelo. La eterna fuga queriendo acorralar las llagas.
Otras grietas. Más verde, verde desolación. Ése de Malvinas. Y más rojo, rojo de heridas.
Hace años lo preocupaban al máximo las gamas cromáticas. Buscaba la tonalidad exacta. Hoy ve sólo el color del silencio y de la soledad. Silabeó su vida en el intento de esconder el dolor de la verdad. La obra no se vende ni se compra. Demoró tres años en plasmar en el mural la historia de su vida.
Palpa la pared. Tantea la grieta más grande, es la última. En una ceremonia desesperada entra en ella, penetra lentamente. Desaparece. Se pierde para encontrarse.

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