RELATO 1
Abro la puerta de la Maison de la Poesie de Poitiers,
creada en 2005. Hoy, 16 de octubre de 2013, la velada está dedicada a la poesía
argentina. Aunque todavía hay poca gente percibo el clima de celebración de la
palabra y me emociono.
Me encuentro aquí gracias a la invitación de la profesora,
traductora literaria y escritora, Sra. Cristina Madero, nacida en Mar del Plata
y habitante desde hace treinta años de esta ciudad a la que llegó por primera
vez con una beca de estudios.
Me parece
importante destacar que, durante este año, han pasado por esta Casa de la
Poesía escritores franceses y de Túnez, Siria, Palestina, Colombia y Chile.
Los asistentes van llegando para la disertación de
Bernardo Schiavetta, de profesión psiquiatra y de Pablo Urquiza, músico, ambos
poetas de Córdoba, Argentina, residentes en París. Comienza el encuentro y me
dispongo a escuchar, a pesar de mis escasos conocimientos de la lengua
francesa. Muestran diferentes perfiles, muy interesantes. Uno desarrolla la
charla hablando de su obra desde una perspectiva erudita y explicando el
vínculo mágico entre él y sus versos y relacionando algunos temas con la Divina
Comedia. Pablo aborda la temática de sus textos poniendo en evidencia la
impronta de la sensibilidad. Además se refiere a los poetas rioplatenses,
autores de letras de tango y a los autores de canciones del folclore argentino.
Este último tema se continúa en una conversación, por demás placentera, que
mantenemos durante la cena que cierra la reunión.
Muy enriquecedoras son las charlas que mantengo con
lugareños (traducción mediante), chilenos y una señora argelina que habla
castellano. Entrego al presidente Jean-Claude Martin, libros de escritores
marplatenses y un video “La Mar del Plata Literaria” y hablamos acerca de la
posibilidad de generar un intercambio cultural.
Quedo con una sensación de plenitud y pienso que las
palabras sonámbulas recorrerán felices el lugar antes de volver a descansar en
los libros o de ser atesoradas en el bagaje espiritual de los que asistimos.
Exploro las
calles de la ciudad. La escenografía encierra reliquias del pasado. Es un
espacio donde trajinan todos los seres y todas las cosas que alguna vez fueron.
En los olores húmedos y viejos percibo el descanso ritual de los siglos. Las
luchas de otros tiempos descansan en las páginas de la historia y, ahora, los jóvenes hacen conocer sus reclamos
con los ideales que los animan y la esperanza de un mundo con justicia y con
paz.
Vamos por la
ruta. La campiña se muestra en todo su esplendor. Debe ser un extraño
sortilegio el que me trajo hasta aquí, un itinerario y un destino jamás
pensado. Se suceden los pequeños pueblos, los campos, los tejados de pequeños
caseríos, una iglesia, una plaza y más allá la abadía de porte misterioso que guarda memorias
milenarias.
Y regreso. El
paisaje se ondula bajo un cielo gris naranja. Amanece. El tiempo abre su boca y
devora el camino. Verde, verde más verde. Rocas y pinos. Acaso alguien me
indique cómo llegar a la frontera del sueño. Pero… ¿Por qué cerrar los ojos? Mi
mirada se quedó colgada en la luna llena del cielo de Poitiers.
2 comentarios:
Excelente!
Hermosas, ambas vivencias...!!
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