Me
levanto de la siesta, quedo, aletargado. Debo ponerme una camisa y salir. Mi
mujer me espera para ir a comprar un regalo para Rafaela. No tengo ganas.
Además, esta noche, la fiesta. No soporto esas reuniones, pero es el cumpleaños
de su prima más querida. Venís o no venís, apurate Alejandro, a las seis tengo
turno en la peluquería, si sabía que tardabas me iba sola, sos siempre el
mismo. Salimos, no pronuncio palabra, manejo desganado; decí algo, se puede
saber qué te pasa; sabés que no me gustan ese tipo de diversiones. Apurada baja
en el shopping y yo aguardo en el auto mientras los recuerdos aparecen como
relámpagos, trayendo a mi mente el día que, después de muchos años, volví a ver
a Paula, la hermanastra de Rafaela. Y esa otra vez, cuando visité la
exposición.
Hola
Alejandro ¡tantos años! te sientan bien esas canas, me dijeron que seguís con
tu estudio contable; lo mío siempre lo mismo, vos estás muy linda, Paula,
parece que te fue muy bien en Europa; es cierto, aprendí mucho y la experiencia
en Francia me enriqueció; te has convertido en una fotógrafa exitosa. Mientras
hablábamos no podía dejar de mirarla a los ojos. Comparaba a aquella jovencita
esmirriada que era al partir, con esta hermosa mujer que tenía ante mí.
“¿Seguís escribiendo?” preguntó. “No, hace tiempo que no lo hago”. “Algo te
pasó”, agregó. “Desde hace mucho transito el territorio del hastío y de la
duda”. “¡Qué pena, me gustaba tu prosa! Te espero en la galería, la
inauguración es el 16”.”Allí estaré”. Qué interesante está Alejandro, no sé
cómo hace para vivir con esa opaca de Fernanda. Me parece un poco tímido o muy
respetuoso o demasiado tonto, ya veremos.
Le
compré una blusa, creo que le gustará,
llevame hasta la peluquería, acá te dejo la bolsa; ¿a qué hora tenemos
que estar? A las nueve.
Llego
a casa y bajo la ducha me surgen más imágenes. Compruebo que no gozo del placer
de la desmemoria.
Te
felicito por la muestra, es de una inteligencia estética increíble; me alegro
que te guste; en aquellas fotos has usado muy buenas estrategias de
iluminación, pero me impacta la serie “Itinerarios de la crueldad”, realmente
interpela al espectador, tu lente se ha detenido en los signos de
vulnerabilidad de una manera que sobrecoge y atemoriza por su intensidad; no
imaginaba que podrías comprenderlo, siempre predispongo el alma para capturar
la imagen y me obsesiona lo despiadado, lo brutal. Tenía sus ojos clavados en
los míos. Quise decirle lo que estaba sintiendo, pero no me animé. Como
siempre, pudo más el temor al rechazo. Además había mucho en ella que me atraía
fuertemente y, a la vez, algo muy recóndito me alertaba, no sé de qué. ¿En qué
pensás, Alejandro? Dale, escribí una novela y la ilustramos con mis
fotografías... No sé qué le pasa a mi “primito” hace alarde de intelectualidad,
presume de conocimientos de mi arte y es evidente que se turba en mi presencia.
Lo fotografiaría para la serie ”Exorcismo de la cobardía”. Es un buen material,
no lo puedo desperdiciar.
¡Cuánta
gente! Nadie me resulta simpático. Allá está Paula, más radiante que nunca. Tal
vez haya llegado Pablo Antier, con él me gusta hablar. Ahí viene Rafaela a
recibirnos. Ay, llegaron los Rossi, Alejandro y Fernanda, mis primos; feliz
cumpleaños, te ves espléndida, mi marido pregunta si vino Pablo; aún no, debe estar
por llegar, vení Fernanda, estás monísima, te presentaré a mi nueva socia, es
ésa de los mechones rojos y dorados; no sólo está ridícula con el pelo, tampoco
es discreta para vestirse, es un poco grandecita para ponerse éso; sí, no tiene
la menor idea sobre la elegancia pero es muy capaz.
Hola,
Pablo, estaba preguntando por vos; qué tal, Alejandro, yo también esperaba
encontrarte; ésto es un sacrificio; no sé lo que es para mí, creo que sigo
viniendo por hábito, contame un poco cómo va tu estudio; todo una rutina, como
mi vida, están buenos estos canapés; también el vino, como de costumbre tu
prima se gasta todo; siempre encuentra una ocasión para festejar; che, dejá de
mirar tanto a Paula y comé algo, es verdad que con ese vestido está infartante;
hace dos meses fui a ver una muestra de sus fotos, me pareció muy interesante;
¿las fotos o ella?; las dos cosas; bueno, bueno, me parece que... sabrás que
practica artes marciales; no, no me lo dijo, conozco su actividad artística, sé
que es profesora en un instituto y nada más.
Mi
marido sigue allá en los sillones con Pablo. Algo lo tiene preocupado, extraño.
Si bien nunca tuvimos un buen diálogo, cada vez conversamos menos, nada, diría.
Vengan que vamos a cortar la torta, Fernanda decile a Alejandro y a Pablo que
se acerquen; ya sabés cómo es, nunca se integra y, a medida que pasa el tiempo,
se vuelve menos comunicativo; se está poniendo viejo, además siempre se aisló,
levantemos las copas, Paula, sacá desde el rincón así nos tomás a todos.
Tampoco
se puso al lado mío para la foto, me evita, qué se cree el estúpido, cuando
lleguemos a casa se lo voy a decir.
Después
del brindis Paula ha salido, la veo por entre las cortinas que el viento agita.
Fuma, qué extraño. Está apoyada en el balcón y con su mano derecha sostiene la
cámara. Veo de soslayo que mi mujer me observa. Siento un impulso y salgo.
Desde este octavo piso se alcanza a ver el río, pero la oscuridad de la noche
no permite divisarlo. La ciudad estalla en cientos de puntos luminosos. Estoy a
su lado, en silencio. Me invade la sensación se su piel contra mi piel, no
puedo sustraerme al sortilegio de su mirada. Se me acerca aún más, me besa en
la comisura de los labios, pasa su brazo izquierdo por debajo de mi axila,
rodeándome. Siento la impresión de emprender un vuelo. Realiza un movimiento
que no comprendo. Estoy suspendido, paso por encima de la baranda. Continúo
volando, ahora hacia abajo. Miro el cielo traslúcido y purísimo y en el último
instante de mi último día, alcanzo a distinguir, allá arriba, el centelleo de
su flash.
1 comentario:
Exquisita narración !!!!....todo lo tuyo es de alto vuelo....
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