DELIRIO Y ARENA

Hace tres días que no lo veo. Desapareció. Acaso se exilió en el país de los eclipses. Su vida, debe ser una lucha entre las luces y las sombras.
No recuerdo cuando llegó. Arrastraba los pasos cargando dos maletas. Conocí sus hábitos. Desde la ventana lo veía pasar. En las mañanas con bruma se sentaba debajo de un ciprés para contar historias a quién quisiera oírlas. Eran relatos de criptas, de grutas, de tumbas piramidales. Cuando despejaba, eran de amores de leyenda, un goteo de palabras condenadas al olvido.
Poco a poco también contó su vida. Al padre prefería no nombrarlo. De la madre, una herencia, su vocación por la pintura. Amó a una mujer chamán. En la búsqueda de un sitio tranquilo llegó hasta aquí. Pero no dijo quién era.
Él pintaba sus cuadros sobre la arena, a la hora del reflujo, hasta que la pleamar con paciencia los lamía. Viví un largo tiempo en acecho del momento en que se encaminara hacia la orilla con colores y pinceles.
Lo veía ir y volver. Mi vida se iba acomodando a la tabla de mareas.Alguna vez bajé a la playa para ver sus obras. Un día me dijo que eran líneas de esperanza y espirales del olvido. No pude entender el mensaje. En otra oportunidad me explicó el silencio de la arena.
Y ahora me abandonó. No sé si es así, porque se abandona lo que se ha atravesado, como el nadador que llega a la otra orilla. Siento que alguna noche estuvimos juntos bordeando los sueños.
Deambulo buscándolo. Corro hasta el mar y allí me quedo mirando el horizonte. Sé que la nostalgia es peligrosa.
A cada uno le pregunto. Todos me responden que no lo conocen.
Nunca lo vieron.